Inteligencia
artificial generativa: ‘nueva’ tecnología, viejos problemas
El
renacimiento tecnológico que se avecina traerá consigo el asombro, el desastre
y una pérdida total del control sobre tu imagen.
La
Inteligencia Artificial Generativa forma parte de la categoría de machine learning.
Se
trata de una forma de aprendizaje automático capaz de crear contenido único y
nuevo, desde música y arte hasta mundos virtuales de todo tipo.
Pero no solo ha venido a revolucionar el mundo del arte. La IA Generativa tiene diversos usos muy prácticos,
como crear nuevos diseños de productos u optimizar los procesos comerciales.
Además, es capaz de producir y generar texto, imágenes, voz, código e incluso
vídeos.
De hecho, y aunque lo parezca debido a su revuelo, la
Inteligencia Artificial Generativa no es un concepto nuevo, las técnicas de
machine learning detrás de la IA Generativa han evolucionado mucho durante los
últimos años.
La fantasía
es irresistible. Es el tejido de los sueños y la sustancia de la imaginación….
La fantasía impulsa la innovación. Pone el futuro, eternamente en el horizonte de
nuestras vidas, al alcance de la mano. En la internet social, la
fantasía es un hecho. Es allí donde trabajamos y donde vagueamos. La fantasía
es nuestra forma de comunicarnos, la surrealidad de los memes, las imágenes,
los GIF y los videos son nuestra lengua materna, el lenguaje de esta generación
deformada y que va a velocidad de vértigo. Lo que amo y detesto de la internet
social es su afición al juego. Existir en su extenso ecosistema de
plataformas y aplicaciones es entenderla como un patio de recreo para muchas
cosas, pero especialmente para la identidad. En las redes sociales, nunca sabes
quién es quién realmente.
Pero hasta ahora, nunca había sentido verdadera
alarma. TikTok tiene un evidente afán de apropiación cultural, y antes de su
impresionante ascenso había hedores de inmoralismo digital en casi
todas las plataformas, cada una única para el tipo de socialización
enmarañada que proporcionaba. Pero las aplicaciones sociales tienen límites. Lo
que está en juego ahora, cuando la inteligencia artificial generativa se
convierte en lo que Bill Gates bautizó como "el avance más importante
en tecnología desde la interfaz gráfica de usuario", es una
guerra por las imágenes. La lengua visual que utilizamos, y que dominamos,
está al borde de la contaminación masiva.
El fin de la internet ‘inocente’
Alcancé la mayoría de edad en la era de las salas
de chat de AOL. Durante un tiempo la mensajería instantánea fue
un telescopio hacia un mundo más amplio. El anonimato era un hecho,
y disfrutábamos de las máscaras que llevábamos, hurgando alegremente en el
paraíso naciente de las praderas de las puntocom, estableciendo vínculos con amigos
y desconocidos, sin saber lo que estaba por venir, cómo esas máscaras se
volverían contra nosotros con tanta fiereza. Esa era mi idea básica de cómo
debía y quería relacionarme con internet. Estaba arraigado en el despiste,
amortiguado por una especie de magia inocente. Me encantaba. Hoy en día, todo
sigue igual, aunque las réplicas son de mayor alcance y más dañinas.
El mes pasado, de repente, tuve noticias de una
expareja. Le molestaba que no le hubiera avisado de mi viaje de vuelta a casa:
"¿Estás en Los Ángeles?", decía el mensaje. Cuando expresé que no
estaba y pregunté por qué suponía que sí, de la burbuja del chat apareció una
imagen mía sin camiseta. Era una captura de pantalla de una aplicación para
buscar pareja, en la que había publicado esa misma imagen años antes. Salvo que
no era mi perfil (ojalá midiera 1.90 m).
El catfishing es ahora un
obstáculo habitual del intercambio digital, y un concepto con
creciente popularidad en la televisión (Catfish: mentiras en la red; Inventando
a Anna) y la música. En la próxima era, sin embargo, la propiedad
sobre la propia identidad adoptará un cariz profundamente más nocivo. A
medida que nuestras interacciones se sumerjan aún más en mundos
virtuales, difuminando las líneas entre realidad y fantasía, la lengua de
la imagen adoptará una apariencia disfrazada. En todo, desde videos hasta notas
de voz, estas manipulaciones se inspirarán en las exageraciones de la forma
humana. Los centinelas de la inteligencia artificial han llegado.
Así lo profetizó Alondra Nelson en su ensayo fundamental de 2002, Future
Texts: "En estas políticas del futuro", escribió, "los
paradigmas supuestamente novedosos para entender la tecnología huelen a viejas
ideologías raciales" Veinte años después, el mito de la utopía sigue
vigente. Lo que las herramientas de vanguardia de la inteligencia artificial
intentan capturar y replicar, con programas como ChatGPT y Midjourney,
son las mismas cosas que nos hacen tercamente humanos: cómo nos
comunicamos y qué aspecto tenemos, nuestros modos de
actuación, nuestra necesidad de conexión sostenida. Que la etnia y el
género vayan a adquirir en el futuro un significado menos peligroso,
sugirió Nelson, es mentira.
El futuro será maravilloso. Y también un tiempo de desastres
La gran providencia de la tecnología es también su
aspecto más temible: la inmensidad de lo que puede lograr. Ahí es donde nos
encontramos ahora, en una encrucijada, y muchos de nosotros (me atrevería a
decir, la mayoría de nosotros, y especialmente los que habitan en los márgenes
de la sociedad) seremos víctimas de trampas diseñadas con mayor
inteligencia (artificial), desde el fraude por correo electrónico y el robo
de identidad hasta el acoso en línea. La tecnología de reconocimiento facial ya
ha demostrado tener prejuicios. Otros, desde escritores hasta modelos de moda, serán
dejados de lado en una gran e inédita reforma laboral que
anunciará el renacimiento de la inteligencia artificial. Tomando prestado un
término de los primeros tecno-profetas, la brecha digital se ensancha
cada vez más.
Esto no quiere decir que la carrera armamentística
de la inteligencia artificial no tenga ventajas reales. Yo encuentro seguridad
en su uso más práctico: "Cambiará la forma en que la gente trabaja,
aprende, viaja, recibe atención sanitaria y se comunica entre sí.
Industrias enteras se reorientarán a su alrededor", escribió Bill Gates en
un blog. Pero esa
reorientación tiene un costo.
Roblox incorpora inteligencia artificial generativa a su universo de juegos
La
plataforma Roblox quiere aprovechar la capacidad de escritura de código de la
inteligencia artificial para hacer sus mundos digitales aún más
personalizables.
El precio de la inteligencia artificial
La maravilla de la inteligencia artificial está a
nuestro alrededor. No puedo negarlo, ni quiero. Me parece asombroso cómo es
capaz de evocar con tanta rapidez y precisión el encanto del color pastel y las
peculiaridades de una película de Wes Anderson; solo con unas
simples indicaciones. O cómo la visión del Papa Francisco con un estilizado
abrigo blanco nos incita a cuestionar la línea que separa la realidad de la
fantasía. Es la sátira digital en su forma más refinada. Es lo
irreal hecho realidad. En parte, para eso sirve internet, para dar sustancia
material a la fantasía. Para darle comprensión. Incluso yo tengo que admitir
que hay belleza en la deconstrucción de lo dado.
Pero el caos también es inherente. La inteligencia artificial generativa se
nutre, aprende, de la fealdad del error humano. Hay un peligro concurrente en
ese tipo de autorización fantástica, la manera en que las imágenes pueden
cuajar rápidamente en una forma más depravada. Ya he escrito largo y tendido
sobre cómo TikTok da impulso al blackface digital, y me preocupa que
el robo cultural se haga cada vez más omnipresente en esta nueva era de la IA.
Ya estamos experimentando el tufo de su aprendizaje automático en
torno a la identidad, en la forma en que trata la negritud, en cómo minstreliza la fantasía. En un video,
titulado Will Smith comiendo espaguetis,
se evoca al actor de manera
muy perturbadora. En otro, Morgan Freeman es utilizado como marioneta política. Las
imágenes son viscerales en su presentación, y su distorsión es una daga.
No debería sorprendernos. El minstrel,
ese ‘género teatral’ racista y burlón, ha rondado los registros de la cultura
estadounidense desde la década de 1840, cuando los hombres blancos se dieron
cuenta de que se podía ganar dinero explotando la expresión de los negros. La
transformaron en un tipo de entretenimiento, y así le llamaron: minstrelsy,
o minstrel. "Interprear al [n****r] es teatro de primera
clase", escribió Margo
Jefferson en 1973 sobre la antigua práctica, representada por artistas blancos.
La vida de los negros se convirtió en una metáfora de todo lo que iba mal en
Estados Unidos, y con ella la imagen de la negritud sufrió una mutación en la
cultura pop. Era algo que se llevaba, no que se respetaba.
Con el paso de los años, esa imagen se transformó, escabulléndose del teatro en
vivo y las pantallas de cine a los videos de 30 segundos de TikTok, y su
apariencia se movió siempre entre los reinos analógico y digital.
Esta nueva era del minstrel adoptará
una forma camaleónica todavía más astuta, adaptable e inmediata, desde
falsificaciones humanistas y manipulaciones de voz hasta todo tipo de engaños
digitales. Solo que todos tendrán un objetivo. En el futuro, nuestras imágenes
ya no serán solo nuestras. La autenticidad llevará un signo de
interrogación. En el futuro, las máscaras que llevemos en la internet
social serán abundantes y perversas. La inteligibilidad y el derecho de
propiedad serán más difíciles de controlar. En algunos rincones, la inocencia
de la creación permanecerá. El asombro ante lo que logrará la inteligencia
artificial es innegable. Pero también lo es el miedo.
Este artículo se publicó
originalmente en WIRED. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy y
re adaptado por Elbio Bruschi para mentes profanas.
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